La alarma de Jill Hennessy comenzó a sonar despertando al gato Skunk. El gato negro con una línea color blanca sobre el estómago estiró sus peludas patas delanteras, arqueó su peluda parte trasera y bostezó enormemente. Después de ocho horas de sueño nocturno, ya era hora del desayuno.
Skunk estaba sentado en el pasillo frente a la puerta de Jill cuando la joven salió tropezando de su habitación camino hacia el baño. “Buenos días, Skunk”, dijo Jill, casi cayendo sobre el gato, la cual era la intención de Skunk- como recordatorio de que alguien debía ser alimentado.
Jill se agachó y acarició la cabeza de Skunk. El gato lo permitió, con tal que su plato de comida en la cocina fuera llenado pronto. Jill se levantó y caminó dentro del baño. Skunk hizo una mueca.
Una media hora después de impaciente espera y de escuchar la ducha, Skunk fue recompensado finalmente con el rechinar de la puerta del baño abriéndose. El dirigió a la mujer envuelta con una toalla hasta la cocina.
Skunk caminó en círculos alrededor de las piernas de Jill mientras ella buscaba torpemente el contenedor de comida para gato, no tanto por afecto sino para apurarla. Finalmente, escuchó el satisfactorio sonido de la comida húmeda para gatos cayendo en el tazón, y Jill bajó su plato al suelo.
Skunk olió la mezcla de pollo y salmón con desprecio, como si dejara, “¿Otra vez esto?” Luego, cuando Jill despeinó su pelaje, corrió de la cocina hasta su habitación para vestirse, Skunk devoró el montón de comida en un minuto exacto.
Jill se fue a trabajar. Skunk terminó de lamerse tranquilamente (limpiando su pelaje del olor de manos humanas), luego olfateó la puerta del gato y salió. Olfateó el aire cálido, sintiendo el brillo del sol entrando entre su pelaje negro. Hasta que Muffins, el atigrado gato gris de la puerta vecina, de pronto subió galopando los escalones de la entrada y chocó contra la cara de Skunk.
Los dos gatos brevemente se gruñeron y se olieron el uno al otro. Después Skunk preguntó casualmente, “¿Qué onda, Muffins?
“¡El jardín de la Señora Robinson fue destrozado anoche otra vez!” Muffins maulló con sus grandes ojos azules muy abiertos. “Está muy enojada ¡Me dio una mirada muy molesta cuando caminé sobre su cerca hace unos momentos!”
Problemas. No era como la “vida de perro”, la que un gato llevaba, Skunk lo sabía muy bien.
La señora Robinson era la anciana viuda que vive cuatro casas abajo. Su huerto, su orgullo y alegría, que producía productos agrícolas en una parte de su jardín posterior; ya había sido estropeado una vez a principio de la semana. Plantas arrancadas, hojas rotas, troncos caídos, vegetales robados. Y la mujer obviamente sospechaba que los felinos del vecindario eran los responsables del sucio hecho. Una llamada a la perrera de la ciudad era una gran posibilidad. Algo que ningún gato criado con libertad quería.
Skunk frotó sus bigotes blancos con su pata negra. “Será mejor que convoquemos una reunión felina,” decidió.
Muffins salió disparado, como un rayo gris, para juntar a todos los gatos del vecindario para una reunión.
Más tarde ese día, Skunk inspeccionó al grupo de felinos reunidos en el abandonado cobertizo detrás de la enorme casa de Earnest Grimes. El grupo de catorce gatos, ya sean familiares o no, maullaban entre sí de diferentes formas; se acicalaban con sus largas lenguas rosadas o se acurrucaban sobre sus patas traseras para dormitar en la cálida hierba amarillenta .
“Todos están aquí,” informó Muffins, completando su conteo de narices húmedas. “Expecto Canela. Ella tenía una cita con el veterinario de la que no pudo salir.”
El mismísimo nombre de la odiada profesión unió a los gatos en un gruñido grave.
Skunk levantó una pata, tratando de hacer silencio. “Listo, vamos al punto. Alguien o algo ha estado destruyendo el huerto de la señora Robinson. Dos veces esta semana. Y nos está dando una mala reputación en el vecindario. ¿Alguien tiene alguna información sobre quién o qué es el responsable?
Los ojos amarillos, verdes y azules de los felinos se movían sospechosamente de un lado a otro. Pero nadie estaba culpando a ningún otro gato.
“Si es alguien aquí, ahora es el momento de sincerarse” declaró Skunk. “Antes de que a todos nos quiten el privilegio de salir a merodear al aire libre. ¡O de ser atados a correas, como perros!”
El último comentario provocó un silbido colectivo de la audiencia.
“Está bien,” Skunk continuó. “Entonces, ¿qué creen que es el culpable?”
“¡Niños!” escupió el Sr. Butterball, un viejo gato redondo y color amarillo.
“¡Conejos!” chilló Tiki, el gato siamés.
“¿¡Roedores!? sugirió Ghost, el gato persa color blanco, que luego se lamió las patas.
Skunk asintió con la cabeza. “Esas son todas las posibilidades que tendremos que investigar. Ahora, quiero…”
Pero los gatos ya habían comenzado a alejarse, intrigados por el tintineo de unas campanas de viento, el sonido de un grillo y el vuelo inconstante de una mariposa. Reunir a gatos por un propósito común era una misión que no tenía mucho sentido.
“Parece que tú has sido elegido para investigar,” Muffins le comentó a Skunk, sonriendo como el gato Cheshire.
Skunk olfateó las madrigueras de los conejos locales: debajo del porche delantero de los Tanner, la grieta en los cimientos de la iglesia al final de la calle, el compostador abandonado en el patio trasero de los Constantine que servía como una especie de apartamento para los de orejas caidas. Pero la historia, de aquellos que mueven con mucha rapidez su nariz y bigotes, era la misma. Todos los conejos afirmaron que estaban consiguiendo su comida en pequeñas, verdes y masticables porciones de la gran parcela de alfalfa silvestre que crecía en el patio de la escuela al final de la cuadra.
Skunk deambuló por el camino que estaba en la parte posterior de la casa de la señora Robinson, reflexionando sobre todo lo acontecido. Levantó la vista distraídamente cuando un cuervo graznó una agresiva advertencia hacia sus compañeros, los otros pájaros negros, arriba de un roble, “¡Gato al acecho!” Mientras que el felino, de pelo corto con la marca de mofeta invertida, se deslizaba entre dos botes de basura plateados al lado del garaje de la señora Robinson. Él observó y esperó.
Poco después, sonó la campana de la escuela. Y luego, grupos de alegres y molestas personitas aparecieron; caminando y corriendo por el camino detrás de la escuela, gritándose unos a otros y dirigiéndose a casa desde la escuela primaria. Los ojos amarillos con pupilas delgadas de Skunk, brillaron desde su oculto lugar de vigilancia, sin que los niños los notaran. Sin embargo, él notó las papas fritas, las barras de chocolate y las latas de sodas que los niños consumían mientras platicaban.
Algunos arrojaron sus envoltorios al jardín posterior de la señora Robinson, sin atinarle a los botes de basura. Pero nadie se aventuró a cruzar la puerta de la cerca para destruir el huerto. Skunk pudo ver claramente que estos niños no tenían interés alguno en los nutritivos vegetales .
El gato pasó el resto del día patrullando las cercas posteriores y tomando siestas bajo el sol. Cuando la oscuridad descendió,