por Catherine Bailey
Traducción revisada por Jorge Reyes
Patada, patada, patada.
Y mas patadas.
Patada.
La madre de Jack se giró y suspiró: "Jack, deja de patear mi asiento en este instante. Vamos a ir a la biblioteca y se acabó. Es mi día de voluntariado".
"Pero no quiero ir, ¡suena tan aburrido!", se lamentó Jack. Y lo decía en serio. Prefería ir a cualquier sitio que a la tonta y vieja biblioteca. Los libros eran tan aburridos.
"Hasta huele mal", refunfuñó Jack cuando entraron en el edificio alto de ladrillo. Su madre lo condujo al piso de arriba, por un pasillo oscuro, y a través de una pesada puerta de madera que decía "Departamento de Literatura Infantil". Se agachó y le susurró: "Aquí es donde están todos los libros para niños, cariño. Quédate aquí y lee. No tardaré mucho". Jack resopló.
La lectura era para los perdedores.
Su madre le besó la parte superior de la cabeza y se fue. Jack se acercó a una estantería. Ojeó los títulos: "El baile del oso de peluche, Los besos del arco iris... Un aburrimiento total", resopló.
"¿Puedo ayudarle, joven?" Jack se sobresaltó. Allí, sentada detrás de un enorme escritorio de metal gris, había una mujer muy vieja y muy arrugada. La etiqueta con su nombre decía Miss Cackleberry. Su voz era áspera y grave y llevaba unas gruesas gafas. Le entregó un libro. "Es sobre piratas", le dijo. Jack puso los ojos en blanco.
Sentado en un rincón, Jack comenzó a leer. "Érase una vez, en los mortíferos mares del Océano Índico..." Las palabras y las imágenes se arremolinaban en su mente mientras pasaba cada página. Estaba completamente absorto, tanto que ni siquiera notó el tentáculo del pulpo hasta que se enredó en su pierna.
"Qué, qué... ¡Suéltame!", gritó, agarrando el brazo viscoso...