El Mensaje Por La Noche

“Yo puedo hacerlo mamá. Por favor, déjame ir,” le supliqué.

El rostro pálido de mamá y la funda de la almohada parecían uno solo. Ella cerró su mano sobre la mía y un débil suspiro salió de sus labios. “Rand, no puedes ir; es muy peligroso.” 

“Pero mamá, la tropa de papá está muy cerca. Puedo pasar entre las filas de los Yankees y encontrarlo. Yo sé que puedo. La prima Nell sabe en donde están. Por favor, déjame intentarlo.”

Mamá nunca quitó sus ojos de mí mientras caminaba cerca de la gran cama con dosel. “Eso le daría a papá algo bueno en qué pensar, ¿No crees?” Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras daba mi argumento.

“¿Qué tal si te atrapan, Rand?” Mamá se sentó en la cama con dificultad. “Este es territorio Yankee.”

La sola lágrima que se deslizó por la mejilla de mamá solo me hizo más determinado. “Ve a dormir ahora, mamá”. Le di una palmadita en el hombro y salí por la puerta antes de que ella pudiera protestar.

La prima Nell estaba parada en el pasillo con sus gruesos brazos cruzados, su boca cerrada firmemente. “¿Y a dónde crees que vas?” Siseo sus palabras y sus ojos brillaron con enojo.

“¿Por qué… ? A mi habitación, prima Nell.” Hablé con más amabilidad de la que sentía, aunque éramos invitados en su casa. La Guerra entre el Norte y Sur nos mantenía aquí, lejos de nuestra casa.

Giré lentamente la perilla de latón de la puerta de mi habitación y mientras le preguntaba a la prima Nell. “¿Dónde dijiste que está el campamento Yankee?”

Contuve la respiración mientras me regañaba y, al mismo tiempo, me decía justo lo que necesitaba escuchar Mi mano tocaba la suave perilla mientras esperaba a que revelara cada pieza de información que quería saber. 

Un ceño fruncido apareció en el rostro de la prima de mamá “Las tropas de Carolina del Sur no están muy lejos. Habrá una batalla muy pronto. ¡Tú ve a tu habitación y ora por todos ellos, ya sean Yankees o Rebeldes, no importa!” puso una sonrisa pequeña y se dirigió a la habitación de mamá. 

Me vestí con ropa abrigadora, las cuales ni mamá y ni la prima Nell aprobarían. Pertenecían al hijo de la prima Nell, Frank, quien estaba lejos en la escuela. El abrigo y los pantalones eran un poco grandes, pero me ayudarían mucho esta fría noche en Pennsylvania. 

Me arrastré por las escaleras, mi mano apenas tocaba la ancha y curva barandilla. Una ráfaga de viento frío de noviembre golpeó mi rostro mientras abría la puerta lateral y salía. Temblé de frío y me encorve más dentro del abrigo de Frank al mismo tiempo que acomodaba su gorro de lana. El suave resplandor de la ventana de mamá me dio el coraje que necesitaba. 

La noche sin luna, oscura y fría, no se parecía a los inviernos de Carolina que yo conocía. El espeluznante sonido de una lechuza sonó en el aire e hizo erizar el pelo de mi nuca. Me quedé congelado en medio del camino. Solo quería regresar. Traté de no dejar que mi mente divagara en los oscuros bosques que estaban a ambos lados del camino o de sobre lo que podría haber en ellos. El camino sería más corto atravesando la espesura del bosque pero decidí seguir el camino. 

Pronto, el sonido distante de las pisadas de un caballo no me dejó otra opción. Gruñendo suavemente, me adentré al bosque donde la oscuridad me tragó por completo. Solo mis manos dudosas me guiaban entre los altos árboles. Las ramas pequeñas que se doblaban y regresaban rápido me rasguñaban la cara. Cuando finalmente alcancé el prado que había más allá, me detuve para recuperar el aliento y para intentar escuchar el sonido de hombres y caballos. Fui recompensado con un silencio gratificante. 

Con miedo de seguir y temeroso de regresar, cerré mis ojos y me esforcé en imaginar el rostro de mi padre. Mi labio inferior dejó de temblar y me alejé de los arbustos. Agradecido por la noche sin luna, me agaché y caminé lentamente a través del área abierta del prado. 

Los sonidos de los caballos inquietos y el olor a humo me dijeron que estaba cerca del campamento Yankee. Más adelante, supe que escucharía voces que sonarían similares a mi hogar. Y uno de esos suaves tonos me ayudaría a encontrar a mi padre entre tantos hombres acampando ahí, esperando a atacar al enemigo del norte. 

Escuché una voz, sí, pero tenía el tono áspero de un Yankee y no el acento de Carolina que tanto anhelaba. Me aplasté sobre el frío y duro suelo. El fuerte aroma de la tierra húmeda llegó a mi nariz. 

En solo segundos, una mano grande me tocó el hombro. Me encogí dentro del abrigo de Frank. La cortante voz del norte estaba a solo unas pulgadas de mi oído. “¿Y tú qué crees que estás haciendo, niño?

La mano nunca aflojó su agarre mientras me arrastraba hasta ponerme de pie.

El soldado repitió con un gruñido la pregunta que había hecho antes. “¿Qué estás haciendo aquí?”

El hombre solo tenía un ojo visible mientras que el otro estaba cubierto con un vendaje sucio que le rodeaba la cabeza. El ojo que podía ver brillaba con enfado.  

Cerré mis ojos fuertemente para traer de regreso el rostro de papá. Después, tragué saliva con dificultad y dije, “estoy buscando a mi padre. Tengo noticias importantes para él.” 

El ojo me miró fijamente. “¿Quién es ese papá tan importante y poderoso que su hijo camina en medio de la noche para encontrarse con él? 

“Es el coronel Robert Whitburn de la tropa 49 de Carolina del Sur,” respondí mientras lo miraba directamente a su ojo.

Me soltó el hombro y chilló diciendo, “¿Qué? ¿Qué es lo que dijiste?” El soldado cambió su rifle de una mano a la otra. Se acercó tanto a mí que podía ver espacios donde le faltaban dientes y oler su apestoso aliento . 

Él dijo, “tienes coraje, niño. Que mal que acabaste en el campamento equivocado, ¿no crees?” Se incorporó y frotó su barbilla sin afeitar. “Vamos,” dijo tomándome de nuevo, “veremos qué dice el capitán”.

Él caminó rápido, casi arrastrándome hasta una tienda de campaña cercana y gritando mientras entramos. “Aquí hay un niño que llegó al lugar equivocado,

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