por Ivy Walker (traducida por Jorge)
Había una vez una dulce hada llamada Glenna. Tenía pequeños rizos de color rosa que enmarcaban su diminuto rostro, pequeños labios rojos con forma de capullo de rosa y dos orejitas puntiagudas a cada lado de la cabeza. Todos los rasgos de Glenna eran pequeños.
Era de esperarse, por supuesto. Las hadas son pequeñas por naturaleza. Pero Glenna no era sólo pequeña, era pequeña incluso para un hada.
Cuánto deseaba Glenna ser más grande. Si fuera más grande, podría jugar a atrapar bolas de nieve con las otras hadas. Pero cuando intentaba atrapar la bola de nieve, aquella enorme nube blanca casi la lanzaba por los aires.
Si fuera más grande, podría trabajar para la Reina de las Hadas. Sin embargo, cada vez que se ofrecía para servir a la Reina, siempre la pasaban por alto por lo pequeña que era.
Glenna sabía que si fuera más grande, podría mejorar las cosas. Podría hacer algo estupendo para el Reino de las Hadas. Tal vez incluso para el mundo entero.
Así que cada mañana se medía, con la esperanza de que durante la noche hubiera crecido un poco. Pero cada mañana medía lo mismo de siempre. Pequeña.
Un día, mientras Glenna esperaba su turno para ser voluntaria en las misiones especiales de la Reina, su suerte cambió. El guardia la miró, e inmediatamente volvió a mirarla. Una sonrisa iluminó su rostro. "¡Eres perfecta!", dijo, y en un instante Glenna estaba de pie ante la Reina Hada esperando recibir sus instrucciones especiales.
La Reina Hada vio a Glenna y sonrió. "¿Cómo te llamas, pequeña?"
"Glenna, Su Majestad".
"Glenna, tengo un trabajo muy importante para ti, ¿estás dispuesta a ayudarme?"
Se sintió tan feliz que no podía quedarse quieta. "Por supuesto que sí, Su Majestad". Había esperado este día durante mucho tiempo.
"Nuestro pueblo necesita materiales más fuertes para construir sus casas, además de tierra, palos y flores. Las lluvias han destruido muchas casas, y las hadas tienen que darse prisa en construir nuevas casas antes de que llegue el invierno".
Glenna afirmó con la cabeza. Era una gran tarea, y a veces las hadas no conseguían construir nuevas casas antes del invierno. Eso hacía que los inviernos fueran largos y duros.