La Princesa Llameante

La princesa Peaches resopló con fuerza y se hundió, con un ruido sordo, en su cama con dosel.

"¿Por qué tengo que ser una princesa?" se quejó con su gatito, Crema. "¡No me gusta tener que usar estos vestidos ridículos y con volantes e ir a bailes viejos y aburridos!"

Se quitó la brillante tiara de la cabeza y l arrojó sobre la cómoda. “Anhelo correr libre por el bosque, jugar con los animales, dormir y comer cuando me apetezca. ¡Qué maravilloso sería si yo fuera enorme, poderosa y pudiera escupir fuego como un dragón!”

La princesa Peaches se agachó para levantar al gatito y lo colocó sobre su almohada de satín. "¡Eso es lo que yo sueño, mi pequeño y esponjoso Crema, que podría ser un dragón!"

En las profundidades del bosque encantado, Dorothy la Dragona suspiró. Un pequeño estallido de fuego se escapó accidentalmente de su ancha boca y quemó una rama. Una lágrima muy grande se deslizó por la mejilla escamosa de Dorothy.

"Lo siento, árbol" sollozó ella. “¡Detesto ser un dragón! Soy torpe y fea y prendo fuego a las cosas sin siquiera intentarlo. ¡Qué sola me siento!”

Dorothy se levantó y miró por encima del bosque hacia el castillo que estaba más allá. “¿Por qué no puedo ser una delicada princesa? ¡Me encantaría ser bonita, mimada y con mucha gente a mi alrededor! ¡Oh, desearía ser una princesa!”

Las hojas de los árboles susurraban una melodía, al poco tiempo el sol se puso y las estrellas iluminaban el oscuro cielo. Fue otra noche solitaria para Dorothy la dragóna.

A la mañana siguiente, la princesa Peaches se despertó en su castillo sintiéndose especialmente aventurera y decidió que era un día perfecto para jugar en el bosque encantado con su gatita.

Después de un desayuno de panqueques y fresas frescas con sus padres, Peaches se fue brincando a los jardines del castillo con Crema en sus brazos y se dirigió al agujero secreto. Era una brecha en el seto gigante que rodeaba los terrenos del castillo, que solo Peaches conocía y por el que sólo Peaches cabía.

“No tengas miedo, pequeño Crema, nos vamos a divertir mucho” se rió ella.

El gatito miró a la princesa con unos ojos enormes y redondos e intentó retorcerse para escapar al suelo. Peaches lo sujetó con más fuerza y ​​se adentraron un poco en el bosque, aunque se suponía que no debía aventurarse sola en el oscuro y profundo bosque.

“Tranquilo, Crema, no hay nada que temer. Nos detendremos bajo este árbol grande y descansaremos un rato sobre la suave hierba. Puedes tomar una pequeña siesta.

Mientras Crema se estiraba boca arriba, Peaches se apoyaba contra el tronco del majestuoso y viejo roble. Ella no tenía idea de que el bosque estaba realmente encantado, pero estaba a punto de descubrirlo. Bajo la mirada y contemplo su vestido rosa con volados, sus zapatos negros recien pulidos y suspiró.

"Oh, desearía ser un dragón" susurró. Sus párpados se sintieron pesados y muy pronto se quedó dormida.

En el otro extremo del bosque, Dorothy la Dragona había disfrutado de una buena noche de descanso y estaba apenas comenzando su día. Bostezó y se levantó lentamente, lista para encontrar algo delicioso para desayunar.

"Tal vez bayas e insectos hoy" murmuró. De repente, se detuvo y miró hacia abajo. ¿Adónde habían ido sus escamosos pies verdes? ¿De dónde habían salido estos zapatos negros y brillantes?

“¡Ay!” chilló Dorothy. ¡Se había encogido de la noche a la mañana, y mucho! Ni siquiera podía tocar la rama más baja ni de puntillas, y de su boca no salía fuego cuando chillaba. Tras una minuciosa inspección, Dorothy descubrió que había sucedido algo muy mágico: ¡ya no era un dragón! Luego levantó la mano y sintió sus largos rizos y la pequeña diadema que llevaba en la cabeza.

"¡Soy una princesa!" gritó a todo pulmón y se puso a bailar y a dar vueltas.

En el lado más cercano del bosque, un chillido distante despertó a la Princesa Peaches de su agradable siesta. Se estiró para hacerle cosquillas en la barriga a su gatito, pero gritó al ver que su mano estaba cubierta de feas escamas verdes. Luego volvió a gritar cuando se dio cuenta de que todo su cuerpo estaba cubierto de feas escamas verdes.

La conmoción sobresaltó al pequeño Crema, que le echó un vistazo a Peaches y se adentró en el bosque tan rápido como sus piernas peludas se lo permitieron.

"¡Espera!" gritó Peaches, pero cuando habló, una llamarada de fuego salió de su boca y chamuscó la punta de la cola de Crema.

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