Ella lo encontró en el callejón detrás de un contenedor de basura, tratando de mantenerse seco mientras estaba acurrucado en una caja de cartón. Una lluvia torrencial caía desde el cielo, golpeando el sombrero azul de Sara.
“Aquí, michi, michi”, dijo Sara, pero no se acercaba. El gatito solo dió un bostezó perezoso y parpadeó sus ojos dorados hacia ella.
Ella sacó el sándwich de atún a medio comer de su lonchera morada y se agachó para poder verlo mejor.
"Ven a buscar el sándwich", dijo. "Está delicioso."
El gatito se deslizó fuera de la caja en dirección a ella, moviendo su cola marrón. Los bigotes del gato temblaban y su pelo estaba pegado a su flaco cuerpo.
Con un elegante salto, el gatito voló a sus brazos y ella le dio de comer. Luego lo apretó contra su pecho debajo de su impermeable. Sara sintió el cálido ronroneo del gatito junto a su corazón palpitante.
"¿Puedo quedármelo?" le rogó a Mamá cuando llegó a casa. "¿Por favor?"
“¡Es un animal!” dijo Mamá, con sus ojos tan grandes como monedas de veinticinco centavos. “Mira, Herbert”, le dijo a Papá. "¡Ella ha traído un animal a casa!"
“Creo que se llama gato, querida”, dijo Papá.
"¿Puedo quedármelo?" Sara preguntó. "¿Puedo?"
“Si prometes cuidarlo”, dijo Mamá.
“Si le das de comer”, dijo Papá.
“Si te aseguras de que tenga agua”, dijo Mamá.
“Si le enseñas a comportarse”, dijo Papá.
“Lo llamaré Snuggles”, dijo Sara.
Y fue así como Snuggles llegó para quedarse.
“Saca al gatito del sofá”, solía decir Papá cuando Snuggles se recostaba en su silla favorita.
“Los gatitos no deben comer galletas”, dijo Mamá cuando Snuggles se abalanzó sobre las galletas recién horneadas.
Y así, Snuggles creció, y creció, y creció hasta que se hizo grande: ¡un gato muy, muy, muy grande!
Cada vez que Sara llevaba a Snuggles a caminar, la gente se quedaba mirándolos. La mayoría de la gente salía corriendo. Algunos gritaban. Los gatos del vecindario le gruñian, a Snuggles, y escapaban trepando al árbol más cercano. Los perros se escabullían con el rabo entre las piernas.
Fue entonces cuando Sara supo que Snuggles era diferente.
En casa, Mamá no estaba contenta.
“Snuggles acaba de derribar mi florero favorito”, dijo Mamá, y también “Snuggles nos está dejando sin comida y sin hogar”.
“Hazte a un lado, Snuggles”, dijo Papá, frunciendo el ceño. “No tengo espacio para sentarme en el sofá”.
A Snuggles le gustaba saltar por la habitación y brincar sobre la mesa de la cocina. Las ollas se cayeron de los estantes. Los platos resonaron en los armarios. El azúcar se derramó del azucarero. ¡Toda la casa tembló!
“Hay que hacer algo”, dijo Mamá.
“Hay que hacer algo”, dijo Papá.
“Dijeron que podía quedármelo”, dijo Sara, y echó los brazos alrededor del cuello de Snuggles. Su larga lengua rosada se extendió y lamió la mejilla de Sara.
"¿Por qué Snuggles tiene todo ese cabello alrededor de su cabeza?" Mamá preguntó un día.
“Parece una melena”, dijo Papá.
“¿Y por qué ruge a todas horas del día?” preguntó Mamá. “Los vecinos han comenzado a quejarse”.
“No hay nada malo con Snuggles”, dijo Sara. “El es un gato perfectamente normal”.
Pero Sara sabía que Snuggles no era un gato normal. ¡No! ¡Snuggles era