Lady Valeena y El Dragón Hambriento

Por Holly Stacey / Traducción revisada por Jorge Reyes

El gran fuego ardió en la chimenea del salón de banquetes del castillo. Valeena se sentó con su hermano mayor en la mesa principal, a dos puestos de distancia de su tío, el Rey. Su plato estaba lleno de un deliciosos alimentos asados: bayas silvestres, jamón, tartas de melaza e incluso ciruelas confitadas. Pero ella ni los había tocado; el Rey hablaba de cosas muy interesantes y ella estaba demasiado emocionada.

—¡He organizado un banquete con la esperanza de encontrar un nuevo campeón! —dijo el Rey y todo el salón vitoreó—. ¡Ahora desafío a que todos los jóvenes salgan y demuestren su valía! El caballero que realice la mejor acción será mi campeón.

Valeena sabía que sería una excelente campeona. 

—¿Puedo intentarlo yo también? —preguntó Valeena. Estaba tan emocionada con la idea que gritó antes de que el Rey levantara su copa de oro para brindar por la ocasión.

Todo el salón de banquetes se rió. 

—¿UNA MUJER? —preguntó su hermano, riendo—. ¿Una chica campeona? ¡No existen las chicas caballero! 

Luego salió el bufón y fingió ser a chica montando un caballo. Todos se rieron aún más fuerte. Esa noche Valeena apenas tocó su comida. No disfrutó del banquete y fue a acostarse temprano.

Se despertó a la mañana siguiente en su cama de edredón morado y se estiró. La habitación era un poco fría, incluso con el cálido fuego crepitando en la chimenea. Necesitaba demostrarle al Rey que las chicas también podían ser caballeros. Era justo. En el último banquete, el Rey había anunciado la necesidad de un campeón: cualquier valioso joven podía emprender la aventura. La aventura para demostrar su valor.

Bueno, tal vez las chicas no puedan ser caballeros, pero pueden ser caballeras. Solo había una cosa que hacer. Tendría que vencer a un dragón. Era lo que decían todos los libros, y por el reino corría el rumor de que un dragón muy hambriento vivía en el bosque.

Todavía era demasiado temprano para que el resto del castillo se levantara. Valeena se puso los gruesos pantalones de montar que había tomado de las viejas pertenencias de su hermano, se puso su gran túnica verde y salió de la habitación. Luego,, fue a la sala de armaduras y encontró una armadura que le quedaba. Aunque era pesada, sabía que debía usarla si quería ser una campeona.

—Una última cosa importante —se dijo a sí misma mientras se escabullía por las cocinas—. Tomaré un poco del pastel mágico de la cocinera. ¿Quién sabe cuánto tiempo demoraré? 

El pastel de chocolate era uno de los favoritos en el reino, y debido a que la cocinera era un  hada, podía encantarlo con poderes. Cualquiera que comiera incluso una migaja satisfaría su hambre. Comer más que eso solo se hacía por puro placer. Era un pastel MUY sabroso.

Argos, su caballo, estaba menos que complacido cuando se sentó en su sillín. 

—¡Pesas demasiado! —se quejó.

Pero Valeria acarició su melena y susurró: 

—Solo piensa cuántas zanahorias le dará el Rey al caballo de un campeón.

Eso complació mucho a Argyll, quien galopó por el camino orgullosamente, con la cabeza en alto. Se dirigieron hacia las colinas bajas donde últimamente ocurrían incendios inusuales. Valeena estaba segura de que era porque un dragón vivía allí. Ella lo vencería con su lanza y se convertiría en la  mejor campeona que el Rey jamás podría soñar.

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