por Rolli / Traducción revisada por Jorge Reyes
Mi mejor amiga Kabungo vive en una cueva en la calle principal. Está justo al lado de la oficina de correos.
Un día, golpeé el lado de la cueva con una piedra. Las cuevas no tienen puertas, por desgracia. Un par de ojos brillaron en la oscuridad.
—¿Quién? —dijo una voz grave. Kabungo tiene una voz sorprendentemente grave para una niña de diez años.
—Soy yo —dije—. Beverly.
—Oh, bien —dijo mi amiga, agitando la mano—. Ven.
Incluso tras quitarme las gafas de sol, estaba oscuro en la cueva. Kabungo está acostumbrada. Puede ver en la oscuridad como un tigre. La seguí por el largo pasillo que lleva a la habitación principal —supongo que la única habitación de la casa—, la cual estaba aún más oscura. Así que le pedí que encendiera las luces.
Kabungo sabía a qué me refería. Encendió la vela aromática que le regalé en su cumpleaños y la colocó en el jarrón que le di el día anterior. Kabungo no tiene electricidad. Tiene una hoguera, pero sólo la utiliza si hace frío o para cocinar animales salvajes.
—¿Mejor? —dijo.
—Mejor —dije.
Miré alrededor de la cueva. Kabungo no tiene muchas cosas. Tiene una mesa, aunque no creo que la use. Tiene unos cubiertos que le compré. Sé que no los usa. Tiene un televisor en blanco y negro. Supongo que es para decorar.
—¿Cómo estás, Belly? —dijo por fin mi amiga.
Kabungo siempre me llama Belly. No creo que tenga suficientes dientes para decir Beverly.
—Bien, K —dije. A veces la llamo K para abreviar—. ¿Y tú?
—Mmm. —se rascó la cabeza—. Me pica.
—¿Has usado tu polvo antipulgas? —le había comprado polvo antipulgas hace un tiempo.
—Nnnn —dijo Kabungo, sacudiendo la cabeza—. Nada sabroso.
Pude decirle que el polvo antipulgas no es para comer, pero nunca le digo nada más de cien veces. Es mi regla personal.
Estaba ordenando un poco las cosas (no soporto una cueva desordenada) cuando noté algo extraño. Había una cuerda sobre la mesa, con un montón de cosas blancas puntiagudas ensartadas. También había un pequeño martillo al lado, y un clavo.
—¿Qué estás haciendo?— le pregunté.
—Juyería —dijo. Señaló mi collar—. Como Belly.
Miré de cerca las cosas blancas. Parecían... dientes.
—¿K? ¿Qué son?
—Dentes de tiburón —susurró, muy seria—. Shhh. Dentes secretos.
—Querrás decir dientes —dije, corrigiéndola. Mi madre es profesora de español.
—Sí, sí. Dentes.
Me rendí.
—¿De dónde los sacaste?— le pregunté, sosteniendo uno ante la linterna.
—Mar de Jo —dijo ella, aún más seria—. Shh.
No tenía ni idea de lo que quería decir. Ciudad Star, de donde somos, no está cerca del océano. Y no conocía a nadie llamado Jo.
—Yo posco dentes, shh. En el Mar de Jo. ¿Ayuda Belly a poscar?