El grito desgarrador de las gaviotas hizo que Amanda se estremeciera. Observó a tres de ellas colgadas en el aire como un móvil, sus cuerpos blancos y grises se balanceaban arriba y abajo en el tormentoso viento que venía del océano.
Como si escuchara sus pensamientos, una pequeñísima ola de agua fría rodó por la arena y se deslizó a lo largo de su descalzo pie haciéndola temblar. Ella sonrió mirando la traviesa y espumosa ola mientras se arrastraba de regreso por donde vino. Nunca antes había estado en el océano y había demasiado que ver, todo al mismo tiempo. Era tan vasto, abierto y poderoso que la asustaba al mismo tiempo que la atraía.
Amanda miró a su madre, recostada sobre una toalla tendida en la arena. Mamá se cubrió los ojos con una mano y asomó la barbilla hacia el océano. “Pon los dedos de los pies en el agua, Mandy”.
Amanda se volvió hacia el agua, que revolcaba la arena como si le pidiera que jugara. Observó cómo se burlaba de ella deteniéndose justo delante de sus pies antes de volver a retroceder. Los dedos de sus pies se movieron con anticipación. Las huellas de sus dedos que quedaron en la arena se llenaron con pequeños charcos de agua. Persiguiendo la marea que se retiraba, Amanda corrió hacia adelante un par de pasos y se detuvo, temerosa de encontrarse con el agua en el lugar donde rodaba hacia atrás sobre sí misma.
“Así está bien,” dijo mamá. "No muy lejos, cariño".
El movimiento oscilante del mar se inclinó en la dirección de Amanda nuevamente, y una fina capa de espuma blanca y agua se extendió por la aplanada arena de color canela acumulandose alrededor de los pies de Amanda. Ella chilló sorprendida por el impacto de la helada agua. Una gaviota imitó su grito.
A medida que el agua se retiraba, arrastraba la capa superior de arena hacia el océano. Sus pies estaban enterrados bajo una pasta fría y arenosa. Movió sólo los dedos gordos y vio cómo la arena brotaba y se separaba.
Después de liberar sus pies, ella corrió a lo largo de la orilla, dentro y fuera del flujo y reflujo de la marea. El sabor salado del aire llenó sus fosas nasales. Un fino rocío cubría la piel tibia de sus brazos.
Un ruido retumbante sacudió el suelo mientras Amanda observó con los ojos muy abiertos