Cuando Pa atravesó la puerta de la cabaña, Wil levantó la vista del desordenado garabato que era su tarea. Pa colgó su abrigo en el perchero y se junto al fuego.
“Finalmente van a hacer algo acerca del dragón de la Gran Colina,” dijo.
“Ya era hora” dijo Ma, revolviendo el caldo que burbujeaba sobre la estufa.
Un leño que ardía en el fuego envió una ceniza silbando al suelo de la sala. Pa se estiró y lo aplastó con la punta de su bastón.
“¿Qué es lo que van a hacer? preguntó Wil.
Normalmente los dragones viven en el norte, donde la Tundra Lejana se junta con las Montañas Serradas, pero éste terminó en los Condados Bajos y había hecho su guarida en los riscos de la Gran Colina. Había sido una molestia durante meses: quemaba los cultivos en los campos, dañaba las torres de las iglesias y, lo peor de todo, dejando enormes montones de excremento de dragón amontonados en todas partes.
De hecho, Will había visto un excremento de dragón en el patio trasero de su vecino. Al recordar el horrible hedor que desprendía, arrugó la nariz.
“Hubo una gran reunión,” le contó Pa “todos los alcaldes de todas las aldeas de los Condados Bajos.”
Wil empujó su tarea a un lado. “¿Decidieron qué hacer sobre el dragón?”
“Eventualmente,” contestó Pa. “ninguno de ellos había lidiado antes con una crisis de dragones. Pero por lo que escuché, acordaron de inmediato que buscar a un cazador de dragones de la Ciudad de Tennanbrau sería muy costoso.”
“Es cierto,” coincidió Ma, dejando los tazones de la sopa sobre la mesa. “ya de por sí pagamos suficientes impuestos como están las cosas.”
A Wil no le gustaba la idea de un cazador de dragones. El dragón podía ser una plaga pero esa no era razón para que alguien lo persiguiera con una lanza o un arma de fuego.
“Poner trampas en los campos fue otra sugerencia,” dijo Pa. “pero después se mencionó que las ovejas podrían meterse entre ellas.”
“¿Y qué hay sobre los niños?” agregó Ma “¿Qué tal si Wil accidentalmente pisa una?”
Wil sonrió para sí mismo, pensando en lo ingenioso que era. No era probable que él fuera a pisar una trampa de dragón.
Pero Pa coincidió con Ma.
“Habría sido negligente decir lo menos,” dijo, “así que los alcaldes discutieron durante toda la noche. Por cada sugerencia había al menos dos argumentos en contra.” Estiró sus piernas y calentó sus calcetines frente al fuego. “Eventualmente concluyeron que la única real opción era enviar un grupo de cazadores con sus perros a la Gran Colina.”
“Eso también costará dinero,” dijo Ma sirviendo el caldo en los tazones y les hizo señas a ambos para acercarse a la mesa.
“No tanto como un cazador de dragones profesional.” Pa tomó su asiento y arrancó un trozo del pan recién horneado que Ma había preparado más temprano. “Yo dije que podían usar nuestro viejo granero como base.”
Ma colocó la olla de sopa sobre la estufa y se dio la vuelta. Su rostro estaba rojo. “¿Qué hiciste qué?”
“Dije que podían usar nuestro viejo granero.” repitió Pa. “Nuestra granja es la más cercana al pie de la Gran Colina.”
“Espero que no estén esperando ser alimentados,” dijo Ma.
“Traerán queso y pan para el desayuno” le aseguró Pa.
Wil levantó una cucharada llena caldo y la sopló para enfriarla.
“¿Cuándo van a venir? preguntó Ma que parecía incluso más agitada.
“Ésta noche,” respondió Pa. “quieren partir con la primera hora de luz.”
Ma limpió sus manos en su delantal. “No pueden venir esta noche. La casa es un desastre. No he tenido tiempo de ordenarla. Wil, tendrás que ayudarme.”
“Ellos solamente usarán el viejo granero,” rió Pa “no vendrán a la casa.”
“Bueno, espero que no.” dijo Ma tomando finalmente su asiento. “No quiero que la gente comente en el pueblo que la familia Redcap tienen una casa desorganizada.”
Wil tragó un sorbo de caldo. Volteó a mirar a Pa y le hizo la pregunta que rondaba en su cabeza desde la primera mención de cazadores. “Cuando vayan a la Gran Colina, ¿puedo ir con ellos? Me gustaría ver cuando atrapan al dragón.”
“¡Definitivamente no!” gritó Ma “Es demasiado peligroso. Te quemarías hasta quedar como una papa frita.”
“Además,” dijo Pa “no van a atrapar al dragón. Lo van a matar.”
Más tarde esa noche, Wil se escabulló por un costado del viejo granero. Ma estaba leyendo su libro junto a la chimenea mientras Pa afilaba las hojas de sus grandes tijeras, en la piedra de afilar, preparándolas para la temporada de esquilar ovejas. Ambos pensaban que Wil estaba en su habitación terminando su tarea.
Había visto llegar a los cazadores de barba roja media hora antes, sus ballestas colgaban de sus musculosos hombros y sus perros tirando de las correas. Ahora deseaba desesperadamente escuchar lo que estaban planeando.
A través de un espacio entre tablas de maderas del viejo granero, Wil podía ver a los perros acostados en grupo apenas más allá de donde los cazadores estaban sentados sobre pilas de viejos sacos de lana y cubiertos por la luz parpadeante de sus lámparas. Estaban hablando sobre qué trofeos tomarían una vez que mataran al dragón.
“Yo tomaré las alas,” dijo uno “sé de un hombre que hace sombrillas excelentes.”
“Yo tomaré la piel,” dijo otro “será un chaqueta de cuero para el invierno.”
El tercer cazador se puso de pie. Tomó su ballesta y cargó una flecha. Wil sintió como aceleraba su corazón. ¿Acaso sabían que estaba espiándolos?
El cazador puso la ballesta sobre su hombro y apuntó a algo en el otro extremo del granero. Entrecerrando sus ojos, Wil logró distinguir el tosco contorno de un dragón que habían trazado en la pared al fondo del granero.
El cazador soltó la flecha con un fuerte golpe. Los tres hombres soltaron un grito escandaloso que hizo que los perros comenzaran a ladrar. Wil vió que la flecha había golpeado justo en el centro de la cabeza del dragón dibujado.
“Yo tomaré sus dientes,” dijo el cazador, por encima del ruido de los perros. “Mi esposa quiere un collar por nuestro aniversario.”
Eso es horrible, pensó Wil, corriendo a través del jardín. Voy a tener que encontrar una manera de salvar al dragón.
A la mañana siguiente, cuando todavía estaba muy oscuro, Wil salió por la ventana de su habitación. Siguió el sinuoso camino que conducía a través de los helechos y las flores hasta la empinada ladera de la Gran Colina. Para cuando el resplandor rojo del sol se asomaba sobre la cumbre, él ya había alcanzado el área donde el camino se convierte en rocas sueltas y esquisto.
El viento soplaba a su alrededor. Era tan fuerte que tuvo que inclinar su cabeza en la dirección del viento mientras caminaba. A pesar de que miraba a su alrededor en busca de una cueva que pudiera ser lo suficientemente grande como para ser la guarida del dragón, no pudo ver nada. Abajo, los cazadores ya pasaban por el camino de flores con sus perros galopando delante de ellos.
Se estaba quedando sin tiempo.