Cheet entró caminando emocionado y lleno de confianza, a la Escuela del Serengeti para Animales Terrestres, el primer día de escuela. Había visto a sus dos hermanos mayores ir a la escuela y había esperado dos años por su turno. El día finalmente había llegado.
Vio a un par de caras familiares platicando a la sombra un árbol de acacia. “¿Qué onda, J? Hey, Leo. ¿Ya comenzaron?”
La jirafa y el león negaron con la cabeza. “Estamos esperando que llegue el Gran E y C,” dijo Leo. “Aquí vienen.”
Un gracioso elefante de tamaño mediano y una fornida cebra llegaron pavoneándose.
“Es bueno verte, Cheet,” dijo el Gran E “¿Cómo estuvieron tus vacaciones de verano?”
“Caliente y seco. No puedo esperar por la temporada de lluvias,” dijo el chita.
El elefante asintió con la cabeza. “En serio, daría lo que sea por un camión lleno de agua para poder tomar un baño. Tengo polvo en lugares donde ni siquiera puedo alcanzar.”
“Hey Cheet, ¿son ciertos los rumores?” preguntó la cebra. “¿De verdad superaste a un antílope americano? Mi hermano lo escuchó de un ñu, que lo escuchó de una hiena, que lo escuchó de un hipopótamo que ni siquiera es de por aquí. La voz corrió por todo el Serengeti.”
El chita sonrió. “Es verdad C. La carrera estuvo muy reñida, pero al final lo logré”
“Oh, chico. Me hubiera encantado haber visto eso,” dijo el Gran E.
“Ay, por favor. Cualquiera puede ganarle a un antílope americano.” Los animales miraron en dirección a la voz, la cual vino desde lo alto. Una gran y esponjosa ave de color marrón se posó en una de las ramas más bajas.
“¿Qué estás haciendo aquí, águila?” preguntó el león, moviendo su cola de punta negra.
“Lo mismo que tú, esperando a que comience la escuela.”
“Odio decirte esto pero estás en el lugar equivocado,” dijo Cheet. “Esta es la escuela para animales terrestres. La escuela de vuelo está cruzando el barranco.”
“Entonces ¿cómo es posible que haya un grupo de avestruces por allá?” preguntó el águila, señalando con su pico puntiagudo.
“Las avestruces son las únicas aves que no pueden volar, así que asisten a la escuela con nosotros,” dijo la jirafa.
“Bueno, la escuela de vuelo está llena. El grupo de grullas coronadas es enorme, así que movieron a todas las águilas africanas para acá. ¿Cuál es el problema, tienes miedo de correr contra un pájaro?” graznó el águila.
“Claro que no,” dijo Cheet, sacando el pecho. “Correré contra cualquiera, cuando sea y donde sea.”
“¿Te importaría apostar sobre eso?” dijo el águila.
Cheet lanzó una mirada a los otros animales. El Gran E negó con su cabeza como una advertencia para no aceptar la apuesta, pero el chita lo ignoró. “De acuerdo, ¿qué está en juego?”
“Si yo gano la carrera, tienes que traerme el almuerzo por el resto del año escolar.”
Los ojos de Cheet se abrieron. La comida ya era lo suficiente difícil de obtener durante la sequía, sin hablar de tener que encontrar suficiente para los dos de ellos. “¿Y si yo gano? preguntó.
“Entonces yo te daré algo que ningún otro chita en la historia de la Sabana ha tenido jamás.”
A Cheet le gustó como sonó eso. “Es un trato. Nos veremos en la piscina infantil seca después de la escuela.” El chita y sus amigos se fueron para su primera clase.
“¿Wey, en qué estabas pensando?” la jirafa susurró. “¡No puedes ganarle a un pájaro, especialmente a un águila!”