El Dilema De Elda

Haciendo una mueca, Elda jaló con fuerza el asa del caldero para sacarlo del fuego. Su fuerza estaba abandonando su cuerpo lentamente al igual que el color había dejado su hermoso cabello ondulado hace unos años atrás. No era fácil vivir sola, pero lo disfrutaba. Amaba estar rodeada de bosques, familiarizada con cada criatura viviendo a su alrededor. Hace muchos, muchos años ella vivía con otras personas en una aldea. Ella era la más jóven de doce hermanos, los cuales peleaban constantemente sobre las cosas más insignificantes. En ese entonces, ella realmente creía que la belleza venía de la humanidad, pero conforme creció, descubrió que las personas pueden ser falsas y egocéntricas. Así que se fue. Y lo único que se llevó con ella al bosque, fue su amor al pan de jengibre (con el que construyó su casa), su bastón y su gato, Peaches. 

A Peaches también le encantaba el bosque. Ella jugueteaba con las mariposas cada verano y perseguía a los ratones que mordisqueaban la madera del piso durante el invierno. Desafortunadamente, los gatos no viven tanto como los humanos y ella falleció a sus trece años, dejando a Elda sintiéndose sola otra vez. 

“¡Tut!” Elda le dijo al caldero. De vez en cuando sentía la necesidad de exclamar algo solo para desahogar su frustración. Aún no estaba listo, así que lo regresó y lo dejó cómodamente en las cenizas humeantes. 

“¿Qué estás haciendo?” una musical voz habló desde la puerta. Elda sonrió, amaba recibir a visitantes especiales. 

“Estoy tratando de sacar mi caldero de las cenizas,” dijo Elda, volteando para saludar a su visitante. Recogió sus faldas como una dama de la realeza, caminó con la mayor clase posible, que sus huesos le permitían, y llegó hasta donde Naia esperaba pacientemente en la puerta. La melena blanca de Naia brillaba con la luz de la mañana, era asombroso ya que la cabaña estaba construída bajo la sombra de árboles alisos, pero la luz siempre parecía seguirla. 

“Te estás haciendo demasiado vieja para vivir sola,” dijo Naia sacudiendo levemente su cabeza. 

Elda rió y acarició la larga nariz de Naia. "Fácil de decir para un unicornio", dijo ofendida, “¡Tú vivirás para siempre!”

Naia se rió de forma musical e inclinó su cabeza hacia abajo para alcanzar la altura de Elda. “Tengo noticias,” dijo con seriedad. “Tu sobrina y su esposo están en camino para encontrarte.”

Elda arrugó su nariz con disgusto. “¡Aldeanos!”

“Es peor que eso. Se ha esparcido un rumor entre los aldeanos de que una vieja bruja que vive en el bosque es mágica  y puede invocar demonios para crear oro. Ellos creen que tú estás haciendo eso y vienen por el dinero.”

“¡Dinero! ¡Como si yo tocara esa cosa sucia!”

“Elda,” Naia susurró. “Ten cuidado. No me gusta cómo se ve ésta gente y creo que van a tratar de engañarte.”

Elda se estiró y abrazó a Naia alrededor de su suave cuello. “¡Gracias!,” susurró de vuelta. “¡Tendré cuidado y definitivamente no les contaré sobre ti!”

Naia relinchó y se fue galopando suavemente entre los árboles y el prado; sus ligeros cascos apenas tocaban el suave pasto y el musgo del piso. Elda suspiró mientras el unicornio desapareció de la vista y el área alrededor de su casa volvió a la oscuridad normal de ofrecian los árboles. “¿Mis familiares, sí? dijo ella y caminó de regreso a su cómoda mecedora de mimbre para pensar.

* * * *

“¡Jack! ¡Polly! Vengan aquí en este momento!” gritó su madre desde la cocina. Podían ver harina por todos lados y ellos sabían que era mejor no responderle. Un golpe con el bastón, era mejor que una paliza con el rodillo de cocina. Se escaparon por la puerta trasera lo más rápido que pudieron. 

“¡Los encontré!” su padre los recogió de un tirón y los llevó a la cocina donde su madre les dio una mirada furiosa. 

“Niños, hoy vamos a buscar a su tía en los bosques. Quiero que se vean lo peor posible, como si de verdad estuviéramos sufriendo y tal vez ella nos dé algo de dinero.”

“Pero la gente de los bosques no tiene dinero”, se quejó Jack. “Solo huelen mal y se ven feos.”

“Y nos maldecirá,” intervinó Polly. “¡Sabemos que es una bruja!”

“Sí, es una bruja,” dijo su padre, “pero ella sabe hacer hechizos para crear oro.”

Los ojos de Polly brillaron con codicia. “¿Te refieres a que ella puede darnos lo que sea que queramos si se lo pedimos amablemente?

“Si ella quiere, esa vieja y tacaña vaca,” interrumpió su madre. 

“Y si no lo hace, ¿podemos golpearla con el bastón, verdad papá?” dijo Jack, agitando el bastón que normalmente reserva para golpear conejos.

“Como dije, prepárense para poder irnos,” dijo su madre. “Tengo un poco de pan para llevarle y endulzarla mientras toma su decisión; la gente mayor es tan malhumorada, ustedes saben.”

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